dimecres, 29 d’agost del 2012

ELLA. MI HOGAR.


Ruido. Ni una brizna de aire entra por el balcón. Alguien grita en la calle, parecen gritos de alegria, de viernes por la noche, de fiesta, de "eh, soy jóven y quiero pasármelo bien". Las voces que salen del metro cantando una canción de moda contrastan con la tranquilidad y el silencio de dónde estoy. Respiro hondo y me concentro en disfrutar de la primera noche de la semana que tengo tiempo para mi. Acabo de llegar a casa y busco algo que me de paz. Ahí está ella, como cada día cuando llego a casa, dormida, ajena a todo ruido y a todo grito ensordecedor de juventud y de fiesta sin fin. Me siento a su lado para tocarla. Es uno de los mejores momentos del día. Apoya su cabeza sobre mis piernas mientras suspira y me da un beso. Que preciosa es cuando en su cara se refleja todo lo feliz que es. Que somos. 
En la calle siguen los ruidos, los cánticos y las risas estrepitosas. Me levanto a cerrar los porticones. No me gustaría que nada enturbiase su sueño, no quiero que se contamine de la necesidad de salir para ahogar las penas. Ella es así. Feliz con lo que tiene, feliz con pasar un viernes noche descansando, con poder dedicarse a soñar y a disfrutar de no tener preocupaciones. Por eso la amo, porque ella se muestra tal cual es: alegre, traviesa, extremadamente cariñosa, cabezota, orgullosa, desconfiada, fiel, dependiente y apasionada. 
                                         
Me tumbo a su lado a disfutar de su paz. La abrazo mientras recuerdo historias que hacen que se me escape una sonrisa. Cierro los ojos y la beso. Vuelvo a sonreir. Suspiro. Sé que no podría estar en ningún lado mejor que con ella. Porque ella es mi hogar.



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